.

.

.

.

.

.
Desde este espacio los invitamos a pensar, tanto los acontecimientos políticos como las producciones filosóficas y espirituales de nuestro continente y del Mundo Islámico, más allá de los presupuestos ideológicos a partir de los cuales se construye "la realidad" desde los medios masivos de comunicación y de los que se nutren, también, las categorías de análisis de buena parte de la producción académica.

Esperamos sus aportes.

viernes, junio 06, 2014

Mulla Sadrâ y Usûl Al- Kâfî




Mulla Sadrâ y Usûl Al-Kâfî

Extracto  del Comentario de Mulla Sadra  al libro

Usûl Al-Kâfî de Muhammad Ibn  Ia‘qûb Al-Kulaînî

 

Traducido del árabe  por Shaij Feisal Morhell

 

En el Nombre de Dios, El Compasivo, El Misericordioso, y a Él requerimos ayuda

 

Introducción del Comentador

La Alabanza sea para  Dios, Cuya  Majestad está infinitamente más allá de donde se exponen las  luminarias del  pensamiento, Cuya  Perfección  supera las  luces  de  la visión.  Las percepciones e intelectos son impotentes para  comprender la esencia  de la  perfección de  Su  Sapiencia. Las  lenguas de  los  instruidos son  incapaces de describir la majestuosidad de Su Grandeza. Testimonio que no hay más  divinidad sino   Él,  el  Único,   el  Subyugador,  el  que   hace   Su  voluntad,  el  Excelso,   el Omnipotente, Quien  dispuso a los ángeles,  entre  los cuales  están  los ejecutores de Sus mandatos, como medios para  manifestar Su merced y generosidad. Envió a los Profetas y  Mensajeros para  que  la  gente  se  guiara hacia  el conocimiento de  Su Esencia  y Generosidad. Es el sujeto  en todo  lo percibido y razonado. Es la meta  de todo  aquel  que requiere y pide.  Es Quien  otorgó  la vida  al universo y organizó los Cielos sobre las Tierras.  Regente  de las causas  y cuestiones. Delimitador del tiempo y las épocas.  Conocedor de lo que ocultan los corazones. Resucitador de los que se encuentran en los sepulcros en el día en que  sea tañida la trompeta y sea curvada la bóveda celestial.  Disponedor de las tinieblas y las luces, y Revelador de la noche y  el  día.  Movilizador  de  los  astros   en  sus  órbitas,   y  Ornamentador  del  cielo mediante la belleza  de  las lunas  y las estrellas. Ha  infundido en cada  uno  de  los cielos su orden, mediante la inspiración, la iluminación, la glorificación y la representación de los puros ángeles,  quienes están  exentos  de las pasiones de las almas  y las bajezas  de los perversos. (Esos ángeles  son) quienes están  en alabanza noche  y día. Eso a pesar  de que  se encuentran por  debajo  de aquellos ángeles  que actúan como velos (de la Presencia Divina)  que son los más cercanos (a ella) y cuyo influjo está en la luz de la majestad del Señor del Universo. Entonces, ¿qué piensas respecto a formas que  no admiten representación? ¿De dónde pueden provenir la eternidad y perpetuidad con las que están agraciadas?

Cuando  los  sabios   se  percataron  de  ese  retorno  (al  más   allá),  desecharon  la existencia de antagonismos en la pureza y la de materia en lo abstracto; y cuando observaron la puerta y explanada de  la morada, intentaron estar  situados en  su patio  y su  pabellón en  el día  en  que  la gente  sea  congregada ante  el Señor  del Universo (Al-Mutaffifîn; 83:6) y sean  divulgadas las  páginas de  las  almas  y sus registros.

Que  las  bendiciones sean  sobre  los  elegidos de  entre  los  siervos  mensajeros de Dios,  Sus  sinceros  delegados, Sus  profetas elegidos y los  perfectos de  entre  Sus íntimos, especialmente sobre  el Señor  de los Mensajeros, el polo  de los íntimos de Dios,  Muhammad el sello  de  los  primeros y los  últimos. Que  estas  bendiciones sean sobre  el Príncipe de los Creyentes, el Imam  de los temerosos, el más noble  de los  auxiliares y  emigrados, el  sucesor   del  Mensajero del  Señor  del  universo,  el padre de  los Imames inmaculados, los excelentes y puros, los testimoniadores y virtuosos. Que  Dios y Sus ángeles bendigan al Profeta  y su familia,  de una  forma permanente  y   les   otorgue  abundante  paz.   Que   ilumine  copiosamente  sus corazones y espíritus mediante la luz del amor  y la wilâiah (supremacía otorgada divinamente), y purifique sobremanera sus almas  y su ser de la impureza.

Dice  el necesitado de  Dios[1],  el que  más  precisa  del  perdón de  su  majestuoso Señor,  Muhammad Ibn Ibrahim Ash-Shirazî, conocido como  Sadr  Ad-Din[2]  -que Dios le haga probar de la copa del Conocimiento y la fuente  de la investigación y la certeza-:  Sabed, mis hermanos creyentes y compañeros virtuosos -que Dios os guíe hacia  el  sendero de  la  certeza   y  la  senda de  los  piadosos-, que  tal  vez  pueda suponerse que la felicidad consiste  en el logro de las delicias  sensoriales y alcanzar las  satisfacciones animales,  y  lo  que  yo  quiero aclararle a  quien   investiga  los asuntos, bebe  de  la fuente  del  conocimiento y la luz,  repara en la degradación a causa  del bienestar, y capta  el estado de engreimiento y la situación de la gente  de las tumbas a través  de  la sinceridad y el sometimiento, (quiero aclararle a ellos) que  nada de  eso  constituye una  felicidad real,  sino  que  sólo  conforman velos sombríos, alteraciones provocadas por  lo material, sueños ilusorios e imágenes de un espejo  imaginario... «como un espejismo en un desierto; el sediento cree que es agua,  y cuando se acerca  a ella,  no  encuentra nada...  O como  tinieblas... que  se superponen unas  sobre  las otras;  cuando se extiende la mano,  apenas se la puede divisar. Mas aquel  a quien  Dios no ilumina jamás tendrá luz» (An-Nûr; 24: 40).

¡Oh tú  que  estás  dotado de visión!  ¿Acaso  no ves como  a aquel  que  se afana  por esas cosas esmerándose por  ellas, se le interrumpen las inspiraciones y asistencias divinas de  su  alrededor, los  conceptos y  conocimientos reales  se  abstienen de establecerse en él, le resulta casi imposible lograr  una  sincera  intención divina, un propósito legítimo   y  la  disposición para   alguna forma   de  buena acción  o  acto devocional que pretenda realizar, o para  alguna caridad u obediencia que hubiese prometido, sin que existiere  el impedimento de una  preocupación mundanal, o sin que ello entrara en conflicto con un requerimiento personal?

Incluso  es como si entendiera la vida  del más  allá como si fuera  la mundanal, por lo  que  en  realidad no  aspira sino  a  lo  existente en  esta  última. No  procura  el encuentro con Dios y el acercamiento a Él y Su complacencia, a causa  de su falta de intimidad con la Elevada Gracia,  y por  no estar  vinculado con el Espíritu Divino que  es precisamente el que  aleja la ceguera del corazón espiritual y la sordera del oído   intelectual.  Esto  es  a  causa   de  su  reclusión  en  la  morada inferior,   a  la obstrucción que  existe  para  que  el conocimiento (divino) acceda  a sus  oídos  y su corazón, tal como  (sucede con) el sordo  y el ciego. Es a causa  de su encierro en la prisión de la vida  mundanal y su apego  al más  bajo nivel  terrestre y a esta  aldea cuya  gente  es inicua,  que  es la morada de  la muerte, el albergue de  las bestias  e insectos,  y la fuente  del mal y las tinieblas.

 De  esa  forma,   ha  dispuesto ante     mismo   velos  que  le  impiden  observar  la perpetuidad y advertir la belleza  de  la eternidad. Es así  puesto que  son  sordos, están   privados  del  oído...   Son  ciegos   y  no  ven...   «Les  da  lo  mismo   que   les amonestes como  que  no  les  amonestes, no  creerán» (Iâ-Sîn;  36: 10)... «¡No!  En verdad que en ese día estarán ocultos  respecto a su Señor» (Al-Mutaffifîn; 83: 15)...

«Cuanto habían cometido enmoheció sus corazones» (Al-Mutaffifîn; 83: 14).

Es  indudable que  lo  más  que  cualquiera puede  disponerse a  considerar como felicidad y llegar  a triunfar en lograr  ello, es la perfección que le es pertinente y la conveniencia atribuida a su tipo  y particularidad. Todo  lo que  esté  por  debajo  de ello  se  contará  como   deficiencia  para   esa  persona  en  particular,  y  como   un infortunio en  el que  se encuentra y que  le hace  incompleto, aun  cuando ello  se cuente  como perfección con relación  a un estrato inferior  y al que le antecede en los niveles  de la existencia. Entonces, para  cada  género  existe una  perfección que le es particular y en lo cual está su felicidad.

De  esta  manera, para   los  cuerpos inanimados  estará   en  la  obtención  de  una ubicación y un espacio.  Para  las plantas estará  en la alimentación y el crecimiento. Para los animales estará  en su vitalidad consistente en su respiración y movimiento voluntario  e  instintivo.  Para   los  astros   en  sus   movimientos  rotacional  y  de traslación.  Para   un   ángel   está   en  su  alabanza,  glorificación y  circunvalación alrededor del Trono Divino  en exaltación. Para Satanás está en seducir y descarriar junto  a sus  compañeros y auxiliares. No hay  bestia,  ni nada que  se encuentra por  encima  o por debajo  de ella sin que en su naturaleza esté la capacidad de alcanzar el punto más  elevado de la perfección que  le es propia, mientras no se lo impida algún obstáculo.

Para el género  humano también existe un estado de perfección particular en el cual se encuentra su felicidad y sin el cual sólo está su desdicha. Si (el ser humano) llega a  ese  punto, ningún impedimento se  le  interpondrá, ni  nadie   le  precederá.  Es mediante ello que se concreta la sucesión de Dios en la Tierra  y en el Cielo, si bien participa  junto   a  las  demás  criaturas  en  relación   con  los  medios,  facultades, servicios  y extremidades que  Dios ha depositado en él, por  lo cual ostenta niveles en  la  existencia, estadios e integración, que  van  desde los  asuntos más  ínfimos hasta  los más  lejanos  que  puede alcanzar en la existencia. Como  dice el Altísimo:

«Os ha creado  en estadios» (Nûh;  71: 14) de tinieblas y de luz.

Su perfección particular contenida en la sustancia de su esencia,  está  en dominar las   ciencias,   abstraerse  de   las   cuestiones  materiales  y  desentenderse  de   las maldades e iniquidades. Si se ubicase  en una  situación inferior  a la perfección que le  es  particular,  estaría   anulando su  disposición  para   el  día  de  su  retorno  y suprimiendo su capital  mediante la supresión de su primera vida  y la pérdida de sus esperanzas; entonces se encontrará más extraviado que los animales e insectos, peor  aún  que las bestias  y los seres inanimados, por ser de los confinados a lo más bajo de lo bajo, luego  de la capacidad que tenía  de elevarse a lo más alto de lo alto, hasta  la vecindad de los más  cercanos  a Dios. Eso es lo que  constituye la terrible pérdida y el ignominioso castigo.

Puesto   que   la  sana   razón   lo  infiere,   y  está   corroborado  por   la  transmisión inobjetable, es  necesario que  toda  persona que  Dios  haya  creado  de  una  forma completa, libre de defectos  innatos y anomalías anatómicas, a la que  haya  dotado de una capacidad mediante la cual percibiera las realidades de la fe y las aleyas  del Corán,  y mediante ello conociera la Primera Verdad, los ángeles,  los Mensajeros, el Libro  sagrado, la equidad, el cómputo (de  las acciones),  el retorno al más  allá, la resurrección, el paraíso, la recompensa, el castigo  y los fuegos  (del infierno)..., que no deje de realizar (buenas) acciones,  ni le embargue la apatía, en lo relacionado a conseguir el conocimiento y la espiritualidad, y a librarse de la perfidia contenida en esas almas  y cuerpos.

Debe   realizar  eso  mediante  el  estudio  de   los  signos   de   Dios  y  las  ciencias descendidas con la revelación y la inspiración sobre el Profeta  (BP) y su familia  (P), quienes son  los depositarios de  los secretos  de la revelación y la iluminación, los yacimientos de las joyas del  conocimiento y la hermenéutica, los custodios de los secretos   de  la  certeza   y  la  fe,  los  guardianes de  las  luces  de  la  sabiduría y  la argumentación. Es así  puesto que  ellos  -que  las  bendiciones de  Dios  sean  sobre todos   ellos-  son  infalibles   respecto al  error  y  el  olvido,   están  purificados de  la distracción  y  la  deficiencia,  por   cuanto  Dios   alejó   de   ellos   la  vileza   de   la desobediencia, y les purificó de la degradación de la ignorancia y de la seducción de  Satanás.   De  esa  forma,   Dios  les  dispuso como  velos  para   la  humanidad  y auxiliadores de Su religión, como  recipientes de  los secretos  de  Su conocimiento, depositarios de las luces de Su sabiduría, pilares  de Su unicidad y Su guía, y como señales  de su camino  y sendero. Sus espíritus y luces constituyen uno  sólo sucesivamente. Sus naturalezas y espíritus se encuentran unidos uno  tras  otro,  de padre a hijo. Dios les creó de lo más  eminente y les dispuso rodeando Su Trono, «en casas en las que Dios ha permitido que se eleve y mencione Su Nombre» (An- Nûr;  24: 36). Por su wilâiah se dirige  el camino  hacia el paraíso y la benevolencia, y sobre  quien   rechaza su  luz  recae  la  ira  del  Misericordiosísimo y  el  castigo  del Fuego.  Ellos son los sabios  celestiales y divinos, los íntimos perfectos de Dios, los siervos  ennoblecidos y amados de  Dios, la gente  del  Recuerdo a quienes se debe preguntar, ya que así lo dicen  las palabras del Altísimo: «Preguntad a la gente  del recuerdo, si es que no sabéis» (An-Nahl; 16: 43).

Luego,  en  verdad que  los  más  sublimes hadices mencionados que  de  ellos  nos fueron narrados, las  palabras más  brillantes pronunciadas que  de  ellos  nos  han sido  transmitidas, las que  al pronunciarlas se percibe  la dulzura de  las perlas  de sus  realidades, las que  se manifiestan al ser humano en las flores  de sus  jardines, son  los  hadices del  libro  Al-Kafi  que  fue  compilado y  ordenado por  aquel  que merecidamente recibió  la  denominación de  Amîn-ul Islam  (el  Fiel  del  Islam)  y Ziqat-ul  Islam   (Confianza  del  Islam),   el  sabio  e  íntegro Shaij  y  Muytahid,  el virtuoso Muhammad Ibn Ia‘qub  Al-Kulaini -que Dios enaltezca su posición, y que su sol ilumine el firmamento del conocimiento-.

En  verdad que  Dios  ha  dirigido las  dulces  y excelentes aguas  del  conocimiento desde los  ríos  de  Su Libro  y los  arroyos de  sus  capítulos y secciones,  hacia  las tierras  de  los corazones castos  y puros, para  de  esa  forma  extraer los resultados que  consisten  en  esos  usûl:   los  principios  que  alimentan los  corazones  y  los espíritus, y  esos  furû‘:  las  ramas que  acopian los  frutos   de  los  intelectos y  las razones, «los  que  son  regados por  una  misma   agua   y  los  que  al  consumirlos preferimos a unos  sobre  otros»  (Ar-Ra‘d;  13: 4). Pero  tal vez pueda ser que  por  lo abundante de la misericordia de Dios y la extensión de Su gracia,  esa agua  caiga sobre una  ciénaga  reseca, sobre rocas ásperas o terrenos salinos.  Si el conocimiento recae sobre  quien  no es de su gente,  ni lo merece,  al contarse entre  aquellos cuyos corazones  están    obstruidos  y   sus   puertas  clausuradas,  «tornará  su   pecho constreñido y estrecho de  una  forma  tal  que  será  como  si se estuviera elevando hacia  el cielo» (Al-An  ‘âm; 6: 125), y eso será una  prueba en su contra  en el día de la Resurrección, cuando Dios impugne sus falsedades, le cierre el camino  y tranque sus  puertas. Tal vez  éste  reniegue de  su  disponedor e injurie  a quien  le objeta  y requiere.  «De  esa  forma   Dios  les  mostrará  sus   acciones,   lo  que   causará  sus lamentos, y jamás saldrán del Fuego» (Al-Baqarah; 2: 167), (entre  los que estarán) el fuego de la envidia y la soberbia, la maldad del desprecio y el desdeño, y el castigo de la ignorancia y la porfía.  «Su ejemplo  es como  el de aquellos que  encendieron fuego, más cuando éste alumbró cuanto le rodeaba, Dios extinguió su luz y les dejó en tinieblas sin ver. Son sordos, mudos, ciegos. No retornarán» (Al-Baqarah; 2: 17 y 18).

Hemos visto  a muchos poseedores de conocimiento y sabiduría, y estudiantes del hadiz y el Corán,  que  primeramente se vuelcan a ellos con toda  seriedad y afán, luego  de un tiempo se saturan de cualquier disciplina con rapidez, y se contentan con  un  sólo  sorbo  de  cada  tinaja,  por  no  haber  encontrado aquello a lo que  los propósitos  pervertidos   y   fines   engañosos  le   han    estimulado.  Por   eso,   el conocimiento no  alcanza   a  corresponderles  y  el  desdichado  de  entre   ellos  no encuentra la  felicidad y  la  visión.   «Con  ello  se  extravían muchos y  se  guían muchos. Mas  con  ello  no  se  extravían sino  los  corruptos»  (Al-Baqarah; 2: 26). Incluso  vemos  entre  aquellos que  están  ocupados en ello a quien  se pasa  la vida estudiando, repitiendo (las lecciones)  durante la noche  y en los extremos del día y terminan frustrados, y ello se convierte en  objeto  de  vergüenza y deshonor. Son aquellos mencionados  en  las  palabras del  Altísimo que  dicen:  «Di:  ¿Acaso  os informaremos  de   aquellos  cuyas   acciones   son   las   más   vanas?   Son   quienes malograron sus  esfuerzos en  la  vida  mundanal, mientras suponen que  obraron correctamente» (Al-Kahf; 18: 103 y 104). En Dios nos refugiamos de la seducción y la necedad, y nos amparamos en Su luz respecto al mal de lo que nos extravía del camino    de   la   guía.    Aferrándome   en   Su   protección   y   magnanimidad,   y agradeciendo sus gracias  y generosidad, digo:

Yo  me  he  enfrentado a  estos   hadices  de  una   forma   científica   en  un  mar   de conocimiento y sabiduría, repleto de las joyas brillantes de las realidades de la fe, cubierto de las perlas  de los significados del Corán  y consolidado con los pilares de las reglas del razonamiento.

Estuve   durante  un   espacio   de   tiempo  reflexionando  en   los  secretos   de   sus significados,  profundizando   en   los   mares    de   sus   fundamentos,  extrayendo mediante la fuerza  del razonamiento y la argumentación singulares joyas entre  sus perlas,  testimoniando mediante la luz de la percepción y la mística,  los rostros de esas “doncellas vírgenes”, «que  antes  que  ellos nunca tocó hombre ni genio»  (Ar- Rahmân; 55: 56).

Consultaba con  mi  propia alma   y  reflexionaba  si  debía   desmenuzar para   los virtuosos hermanos esas  gruesas ostras   y  extraer sus  preciadas perlas   para  los aventurados al peregrinaje espiritual y brindar sobre  ellas una  explicación tal que permitiera superar sus  dificultades y  distinguir la  cáscara  de  la  pulpa, depurar mediante las cribas del pensamiento los residuos de lo original, cernir  con el tamiz del  intelecto la pulpa de la cáscara,  analizar las joyas de sus  significados e inferir las  realidades de  sus  fundamentos,  de  forma   que  ello  conforme un  libro  que comprenda los  diferentes principios de  la  religión y  descubra  detalles de  los secretos  de la certeza.  Un libro  en el que  se encuentre un  resumen de las palabras de  los  ‘ulamâ’  arraigados en  la ciencia,  y lo mejor  de  los  talentos de  los  sabios divinos. En el que hubiera secretos  de las aleyas  del Corán,  tesoros  de las luces del Libro  Sagrado, exégesis  de  los  hadices proféticos y  secretos   de  las  palabras de Ahlul-Bait  (P), la gente  de la casa del Profeta  (BP) y los poseedores de la wilâiah o supremacía. Que  la  Paz  sea  sobre  ellos  desde el  principio hasta  el  final  de  los tiempos.

Pero  los obstáculos impedían lo procurado y las vicisitudes del tiempo golpeaban sin que  llegara  la esperanza de la oportunidad. Cuando observé la deficiencia en las disposiciones y las mentes, y la apatía de los lúcidos respecto a lo escuchado de sus  pares  e iguales, prestigiosos de  la época  y autoridades, y además de  ello  la costumbre de estos  días  que  observamos de instruir a los viles, la proliferación de los  ignorantes y  miserables, el  resplandor de  los  fuegos   de  la  ignorancia y  el extravío, y que se engrandece a los enemigos del conocimiento y la mística  y a los vampiros de las luces de la sapiencia y el razonamiento, en verdad que nos hemos visto  afligidos con un  grupo que  considera bid‘ah  (o alteración en la religión) a la profundización en  los  asuntos  divinos, y  traición a  la  reflexión   en  las  aleyas celestiales. Son como  los hanbalitas[3] en  relación  a los libros  del  hadîz, quienes han  confundido entre  La Verdad y la creación,  y entre  lo sempiterno y lo creado, cuyos  límites  no  sobrepasan a  los  de  los  cuerpos, y  cuya  visión  no  supera las formas y la materia. Es por  esa  razón  que  rechazaron las  ciencias  divinas y los inmensos secretos  celestiales que  trajeron los profetas, siendo que  es por  ellos que descendieron los  Libros  celestiales, y que  Dios  los  enaltece,  así  como  pondera a quienes los disponen como  objeto  de  su reflexión,  en muchas oportunidades a lo largo de Su sagrado Libro, el cual proviene del Grandísimo y Loable.

Permanecí en  ese estado sosteniendo las riendas de  la consagración a ello, hasta que  un  grupo de hermanos e íntimos amigos  me instó  a poner al descubierto las palabras de quienes estaban iluminados por la luz de los elevados estados. Cuando más aumentaban mis evasivas, las cuantiosas sugerencias se incrementaban, y cada vez  que  me  negaba, ellos  se negaban a hacerse  atrás  en el camino  de  requerir el logro  de su propósito, de forma  que  doblegaron mi determinación a denegarme y lograron que  prevaleciera mi afán  por  la asistencia, sabiendo que  la misericordia divina implica  que  no se actúe  negligentemente respecto a un  asunto primordial que  las personas necesitan de acuerdo a las capacidades, y que  la atención divina no  mezquina  aquello  que   es  beneficioso  para   los  intereses  de  los  siervos,   y conforma una  provisión para  el día del Retorno. Tal vez, Su misericordia implique que no permanezcan en las entrañas de lo oculto  estos conocimientos surgidos del mundo de los secretos,  y que estas  luces conferidas a partir de Quien  es la Luz de luces no permanezcan encubiertas y veladas.

La profusión de lo que bebimos de la ciencia del Corán  y del hadiz y de lo que nos hemos  emborrachado de  entre  la  hermenéutica de  los  hadices, me  inspiró para poder ofrecer  un  sorbo  a los sedientos demandantes y un  destello a los corazones de los peregrinos espirituales, de forma  que  con ello reviva  el alma  de quien  beba un sorbo de ello, y se ilumine el corazón de quien  en eso encuentre una luz.

De  esa  forma,   opiné   que  debía   comenzar una   explicación  de  las  narraciones, procurando  la  ayuda de  Dios  y  amparándome  en  Él  de  la  maldad  de  todo contumaz y perverso, y que  debía  sacar  esos  conceptos de  su  condición de  “en potencia” y traerlos a la condición de  “en  acto”  y complementarlos, haciéndolos asomar desde lo ignoto  (de  su  condición) hacia  la existencia y disponiéndolos al  alcance.  Así, puse  en marcha mis pensamientos en ello y me consagré a reunir las expresiones inusuales (de esas narraciones), y rogué  a Dios que me auxiliara y que con  Su  magnanimidad aminorara mi  carga  y  dilatara mi  pecho,  de  forma  que pudiera llevar  eso  a cabo.  Puse  en  marcha mi  determinación después de  haber estado detenida, y apresté mi  voluntad después de  haber  estado estancada. Mis energías inactivas se estremecieron, se agitó  mi sosegado dinamismo, y me dije a mí mismo:  “Este es el momento de comenzar a explicar  los principios de los cuales se extraen las ramas (del  Islam),  y de sosegar los oídos  mediante las joyas  de los elevados significados, y manifestar la verdad en su forma  prodigiosa y trasparente, sin   considerar  el  rechazo  de   los  impugnantes  y  la  reprobación  de   los   que desmienten y son arrogantes”. De esta manera me encomendé a Dios y procuré de Su parte  el auxilio  (que  brinda) a los perseverantes, el amparo (que  otorga)  a los apesadumbrados, el alejamiento de la maldad de los perversos, y el rechazo de las artimañas de los envidiosos. Como dice el Altísimo: «Diles: “¡Dios!”. Luego  déjalos entregados a su discusión» (Al-An‘âm;  6: 91). «Di: “La Verdad dimana de vuestro Señor; entonces, quien  lo desee  que  crea y quien  quiera que  no crea...”»  (Al-Kahf; 18: 29).

El hombre creyente que  tiene  certeza   de  la  Verdad revelada y  que  «tiene  una evidencia de  su señor»  (Hûd;  11: 17), no toma  en cuenta lo que  es más  conocido (por el sólo hecho  de serlo), ni se inmuta si es que da con la verdad contradiciendo a la mayoría, puesto que (los que integran) la mayoría habitan en la morada de sus velos,  situados al comienzo de su formación y condición, mientras que  éste es un viajero  que,  a partir de  su  posición, emigra hacia  Dios  y a Su Mensajero -con  él sean  las  bendiciones y  la  paz-,  y  necesariamente, el  viajero   presenta  aspectos diferentes al (que permanece en su condición de) residente. Si llega a darse  que ello concuerda con la opinión de los hijos de esa época  y la de los estudiosos, entonces eso será lo que  anhelamos y deseamos de ellos; y si no concuerda con su opinión, ni  tampoco se  dejan   guiar   por  ello,  entonces será  evidente que  la  Verdad no armoniza con  los  intelectos de  la  gente  cuyos  talentos se  han  corrompido  con enfermedades y anomalías que los médicos de las almas  son incapaces de curar,  de forma  que  el Profeta  guiador fue objeto de las siguientes palabras: «Tú no guías  a quien  deseas»  (Al-Qasas;  28: 56), por lo que si (esas personas) comienzan a adquirir conocimiento  y  a  extraer  de  él  la  luz,  de  seguro  veremos  que   ello  «No  les incrementó sino  su  aversión y arrogancia en  la Tierra  y la conspiración del  mal; siendo que la conspiración del mal sólo asedia a quienes son sus autores» (Fâtir; 35: 42 y 43). Con esos y sus semejantes nosotros no tenemos palabras, ni escritos  que dirigir, ni discusión, ni respuesta que brindar, ni invocación, ni discurso, desde que el Altísimo dice: «Aun cuando ven cada signo no creen en él» (Al-An‘âm:  6: 25).

Un  hadiz del  Profeta   (BP) expresa: “De  entre  el  conocimiento hay  un  carácter oculto,   que  no  conocen   sino  los  arraigados (en  la  ciencia),  quienes  cuando  lo exhiben no lo niegan sino aquellos que se ensoberbecen ante Dios”. Luego  debéis  saber,  ¡oh hermanos creyentes!, que la ciencia del hadiz, al igual  que la  ciencia  del  Corán,   contiene lo  manifiesto y  lo  oculto,   lo  generalizado y  lo específico,   lo  que  conforma  explicación y  hermenéutica, lo  determinante y  lo alegórico, y lo abrogante y lo abrogado.

En el Corán  hay conocimientos que permiten alcanzar las realidades divinas, cuya comprensión es particular de  las gentes  de  Dios, que  son  las gentes  del  Corán,  y que  conforman las partes ocultas  de la ciencia  del  taûhîd (unicidad divina), de la ciencia  de  los  ángeles,   de  los  libros  sagrados, de  los  mensajeros divinos, de  la ciencia del más allá y de la congregación de las almas  y los cuerpos, y así como en el   Corán   existen   estos   conocimientos,  asimismo  también  contiene  historias, normas, conocimiento de lo permitido y lo ilícito, de los acuerdos (entre  la gente)  y lo referente al matrimonio, de  la venta  y las transacciones, la herencia, la ley del talión,  los precios  de sangre, cuya comprensión es general y de lo cual se beneficia el común de la gente;  esto último es referente a la vida  mundanal, mientras que lo primero se refiere  a la vida  del  más  allá, lo último se relaciona a los cuerpos y lo primero a los  espíritus: «Para  vuestro provecho y el de  vuestros ganados» (An- Nâzi‘ât;  79: 33).

Igual   es  el  caso  del  hadiz,  desde  que   también  contiene  los  dos   aspectos:  el conocimiento referente a la vida  mundanal y el relacionado a la vida  del más  allá: el conocimiento de  los intercambios sociales  y el de  las realidades divinas, cuya comprensión es particular de las gentes  de Dios, que  son a quienes se refieren las palabras del Altísimo que  dicen:  «Y a quien  tiene  el conocimiento del Libro»  (Ar- Ra‘d;  13:  43),  y  «los  arraigados  en   la  ciencia»   (Âl  ‘Imrân;   3:  7).  Es  a  este conocimiento que  se refiere  al decir:  «En cuanto a quien  se le haya  conferido la Sapiencia, en verdad que  habrá sido  dotado con un bien abundante» (Al-Baqarah; 2: 269), y al decir: «Esa es la gracia de Dios que concede  a quien  quiere, y en verdad que Dios es el Majestuoso Otorgador de las gracias»  (Al-Yumu‘ah; 62: 4). Ese es el conocimiento elogiado en el Libro  (el Corán)  y la Tradición del  Profeta  (BP) con diferentes formas de alabanza y encomios de diversos tipos,  y todo  lo que existe en los  Cielos  y  en  la  Tierra,   ya  sean  ángeles como  la  totalidad del  resto   de  las criaturas, suplican por  la remisión de aquel  que  lo posee,  que  es por  lo cual en la balanza de la vida  del más allá las plumas de los sabios  pesarán más que la sangre de  los  mártires.  Y  al  igual   que  éste  otros   elogios   y  encomios  los  cuales   son innumerables. No  es (el conocimiento) al que  se dedica la mayoría y mediante el cual  procuran acercarse a Dios  aquellos que  se sumergen en la memorización de los  dichos  y las  narraciones, en  el registro de  la condición de  las  personas (que integran las cadenas de transmisiones de las narraciones), y luego  en la dedicación a conocer  las inusuales derivaciones, a requerir sus pruebas y causas,  a acrecentar las  palabras  respecto a  ello  y  a  memorizar  las  cuestiones  que   son  objeto  de discrepancia, de  modo  que  aquel  que  más  se ha  sumergido en  ello  y más  lo ha tratado y utilizado, es el más sabio para  ellos. Tal vez suceda que a tal (persona) le preguntes acerca  del  conocimiento de  alguno de  los  pilares   de  la  fe,  que  son señalados por  aleyas  concluyentes del  Corán  y los hadices del  Mensajero de  los hombres y los genios,  y de los Imames, sobre  ellos sean las bendiciones de Dios, el Misericordioso; como  la ciencia  de  la unicidad divina, la ciencia  del  más  allá,  la  ciencia de los ángeles,  el modo  en que descendió la revelación y el Libro de Dios, el conocimiento del alma,  sus grados y origen,  el inicio de la vida  del más  allá y sus emplazamientos en la tumba, la resurrección, el sirât  o puente hacia  el paraíso, la balanza y el cómputo de  las  acciones,  el mawqif o sitial  de  congregación de  los resucitados,  el  ‘arad   o  exposición  de   las  acciones,   el  paraíso,  el  infierno,  la recompensa y el castigo;  pero  no encontrarás con él más información que aquellos vocablos  usuales y repetidos, equiparándose su  estado al  del  resto  de  la  gente. Asimismo, no le encuentras vigilando los estados de su corazón cuidándose de lo que  perturba su  sinceridad y  resguardándole de  lo  que  lo  corrompe, aniquila, enferma, o ensombrece sus objetivos  interiores y pasiones mundanales; en cambio, lo ves  cargado de  enfermedades aniquiladoras y actitudes morales engañosas y dudosas, sin  que  él encuentre que  sean  un  menoscabo para  su  conocimiento y estado, ni un  impedimento para  su bienestar en su vida  futura en el más  allá; es como si no hubiera leído las palabras del Altísimo que dicen: «...excepto  aquel  que llegue  a  Dios  con  un  corazón sano»  (Ash-Shu‘arâ; 26: 89), ni  tampoco hubiera escuchado aquellas que  expresan: «Por  cierto  que  ha  triunfado quien  la hubiera purificado, y ha caído  en la miseria quien  la hubiera corrompido» (Ash-Shams; 91: 9 y 10).

El  resultado  es  que   el  conocimiento  se  divide  en   dos:   el  conocimiento de develamiento y  la  ciencia  de  las  transacciones. El  primero es  requerido por  sí mismo  y no por  otra  cosa, puesto que  es el conocimiento de Dios, Sus atributos y efectos,  mientras que  el segundo es requerido para  actuar según él, por  lo que  su objetivo  es la acción sobre  la base del mismo,  y el objetivo  de la acción a su vez es la  purificación del  interior, salvaguardar el alma  de  los  apegos (mundanales) y pulir  el espejo del corazón de lo que lo enturbia, envilece  y mancilla. Esa pureza y salvaguarda también conforman una  cuestión fuera  del plano  de la existencia real, puesto que  no  es  lo  propuesto originalmente, sino  que  sólo  es  requerido  como medio  hacia  lo que  es el propósito original, que  es bosquejar las imágenes de las realidades contenidas en ello, o manifestar la verdad y sus atributos y efectos sobre ello. Quien  suponga que  su conocimiento sobre  el modo  de (realizar) las acciones le basta  para  salvaguardar su destino final y porvenir y librarse del castigo,  y que con ello alcanzará el grado de las gentes  de la virtud y la perfección, en verdad que será  igual  que  aquel  que  tiene  una  fuerte  enfermedad, que  conoce  la  forma  de curarla y la composición de los remedios, y cree que eso le basta  para  librarse de su enfermedad corporal y curarse sin llegar  a actuar basándose en lo que sabe; es por eso que  su enfermedad se agrava hasta  aniquilarle. Ciertamente que  nos han  sido transmitidas  severas  advertencias  contra    el   sabio   que   no   actúa    según  su conocimiento:

Se narró  de  Amîr  Al-Mu’minîn, con  él sea  la paz:  “Los  sabios  son  dos  tipos  de hombres:  un   hombre  sabio   que   se  ha  asido   de   su  conocimiento.  Éste  es  el triunfador.  Y  un   hombre  que   ha   abandonado  su   conocimiento.  Éste   es   el aniquilado. Ciertamente que  la gente  del fuego  se fastidiará del olor que  emanará del sabio  que  ha abandonado su conocimiento.” También se ha transmitido de él, con él sea la paz:  “Quien procure el hadiz por  un  beneficio  mundano, no tendrá (por  ello) parte  en el mas  allá.”  También dijo: “Si veis al sabio  anhelando su vida mundanal, sospechad de  él  en  lo  referente a  vuestra religión, puesto que  todo aquel  que anhela algo se encuentra ceñido  por  aquello que anhela.” También dijo, con él sea la paz: “Dios reveló  a David,  con él sea la paz: No dispongas entre  tú y Yo a un  sabio  tentado por  la vida  mundanal, puesto que  te alejará  del  camino  de Mi aprecio.  Esos son  los salteadores de caminos de aquellos de entre  Mis siervos que  aspiran a  Mí.  Lo  menos   que  hago  con  ellos  es  privarles de  su  corazón la dulzura de dirigirme letanías.” También dijo, con él sea la paz:  “Quien procure el conocimiento para,  por  medio  del  mismo  polemizar con los sabios,  argüir contra los necios,  o hacer  que  la atención de  la gente  se le dirija,  que  vaya  tomando su sitial  en  el  Fuego.”   Así  también hay  muchos otros  hadices y  narraciones que contienen el reproche para  los ‘ulama’  de  la vida  mundanal, que  aspiran de  ésta riqueza y posición.

Es realmente notable lo mencionado a este  respecto y que  fue transmitido por  el virtuoso y activo,  el que  ha transitado por  el sendero de la piedad y la certeza,  el arquetipo de los muytahidîn, el ornamento de la doctrina, la realidad y la religión, Zaîn   Ad-Dîn Al-‘Âmilî,  benditas sean  sus  ofrendas, quien   en  algunos de  sus tratados citó de cierto sabio investigador que dijo: Los sabios son de tres tipos: uno es el sabio  en Dios que  no es sabio  en el mandato de  Dios, otro  es el sabio  en el mandato de Dios que no es un sabio en (lo concerniente a) Dios, y otro  es el sabio en  las  dos  cosas  juntas.   En  cuanto al  primero, es  el  siervo   cuyo  corazón ha alcanzado el conocimiento de lo divino de forma  que ha llegado a embeberse de la presencia de  la  luz  de  la  majestuosidad y  la  opulencia, pero   no  se  dedica a aprender la ciencia de las normas excepto  aquello que es indispensable. En cuanto al segundo, es aquel  que  conoce  lo lícito, lo prohibido y los detalles de  las leyes, sólo  que  no  comprende los  secretos  de  la  majestuosidad de  Dios.  En  cuanto al tercero,  es aquel  que  se ubica  en  el límite  común al sabio  de  los  conocimientos palpables y al sabio  de  los  conocimientos intelectivos; éste  a veces  se encuentra junto   a  Dios  mediante su  amor,   y  otras   veces  se  encuentra  con  las  criaturas mediante la cordialidad y la compasión; si luego de estar con su Señor vuelve  hacia las criaturas, marcha entre  las mismas como si fuera  una  más  de ellas, como si no tuviera ese conocimiento de su Señor.  Éste es el sendero de los veraces,  y es a lo que   se  refieren  las  palabras  del  Mensajero  de  Dios  (BP)  que   dicen:   “…  que pregunta a  los  ‘ulamâ,  se  mezcla  con  los  hukamâ y  se  reúne con  los  kubarâ.” También es a lo que se refiere  cuando dice: “...que  pregunta a los ulamâ, los sabios en la orden de Dios que no saben  de Dios. Fue ordenado preguntar a éstos cuando se necesita  de un  dictamen religioso.  En cuanto a los hukamâ, esos son los sabios en Dios que  no conocen  la orden de Dios, y fue ordenado entremezclarse con los mismos. En cuanto a los kubarâ, son los sabios en los dos aspectos, y fue ordenado reunirse con  éstos,  puesto que  en  sus  reuniones se  encuentra lo  bueno de  este mundo y el más allá.”

Cada  uno  de  estos  tres  tiene  tres  señales:  El sabio  en  la orden de  Dios  tiene  el recuerdo de Dios en su boca pero  no en su corazón, teme de las criaturas sin llegar a temer  al Señor  y en  apariencia se avergüenza ante  la gente  siendo que  no  se avergüenza ante  Dios en la intimidad. El sabio  en Dios recuerda a Dios, le teme  y se avergüenza ante Él, en cuanto al recuerdo de Dios, lo realiza  en su corazón y no con su boca, en cuanto al temor  a Dios, es un temor  de esperanza y no de caer en la desobediencia, y en cuanto al pudor, se avergüenza de lo que  puede acceder  a su corazón y no de  lo que  es manifiesto. En cuanto al sabio  que  es sabio  en Dios  y sabio  en la orden de Dios, éste tiene  seis características: las tres mencionadas para el sabio  en Dios junto  a (las siguientes) otras  tres:  se ubica  en el punto común al sabio de lo oculto  y al sabio de lo manifiesto, es un maestro para  los musulmanes, y es de tal forma  que  los dos  primeros grupos necesitan de él, mientras que  él no tiene necesidad de ellos. El ejemplo  del sabio en Dios y sabio en la orden de Dios es como el del sol: nada  le es incrementado ni le es mermado. El ejemplo  del sabio en Dios es como el de la luna: a veces está completa y otras veces merma. Y el ejemplo del sabio en la orden de Dios es como el del candil:  se quema a sí mismo  y alumbra a otros.

Pido disculpas a mis hermanos, los miembros de la facción triunfante, por el hecho de que durante el comentario y la investigación de las palabras y la explicación de los propósitos, cito como testimonio las palabras de algunos maestros famosos  ante la  gente,   a  pesar   de  que  el  estado personal de  algunos no  sea  complaciente, habiendo  hecho   así   considerando  las   palabras  de   nuestro  Imam   Amîr   Al- Mu’minîn, con él sea la paz, que expresan: “No mires  a quien  haya  dicho  algo, sino mira qué es lo que dijo.”

He ahí que  comienzo lo que  me he propuesto, procurando el auxilio  del  Dotador del  conocimiento y  Proporcionador de  la  existencia, Extendedor  del  bien  y  la generosidad, comenzando con  el comentario de  la introducción del  libro  puesto que    contiene  grandes   beneficios    y   sutiles    gemas    acompañadas  de   buena explicación y  proporcionado discurso. De  esta  forma  digo:  de  Dios  proviene  el éxito y la guía, y en Él nos amparamos de la necedad y el extravío.

 

* * *

 

Introducción del Autor

Dijo el Shaij -que Dios esté complacido de él.

Se dice  que  es  atribuir lo  bello  de  una  forma  que  expresa veneración y  que  es particular de la lengua hablada. Hay lugar  para  la discusión a este respecto. Se dice que:  es en realidad una  acción  que  advierte el engrandecimiento del  Agraciador, por  su  condición de  tal,  por  lo  que  su  caso  abarca   la  lengua, los  pilares y  el corazón. Algunos estudiosos  dijeron   que:  Al-hamd significa   manifestar los  atributos de perfección de alguien, lo cual incluye  tanto  a la alabanza de un ser humano como la de otro ente existente. La alabanza que  Dios,  Exaltado Sea en Su enaltecimiento, realiza  de  Sí mismo  está  en  conformidad a esto,  desde que  ha  otorgado la existencia a tantas entidades  contingentes como  no  es  factible  enumerar, y  extendió en  base  a  la misma  las mesas  de Su Generosidad la cual es infinita.  En verdad que ha puesto al descubierto los atributos de Su Perfección  mediante innumerables indicios concluyentes y detallados. Ciertamente que  cada  una  de  las partículas existentes indica  Su existencia. Tal indicación no puede ser expresada mediante las palabras. Es por  eso que el Profeta  (BP) dijo: “No  puedo (por  mí mismo) concluir  la manera de enaltecerte. Tú eres como te has enaltecido a Ti mismo”.

Sea para  Dios,  (En la expresión al-hamdu lil•lah:  La Alabanza sea  para  Dios),  la partícula lam (de lil•lah) tiene aquí el sentido de ijtisâs o particularización (es decir, particulariza el nombre adjuntado a la preposición a la cual el mismo  se vincula). El  artículo  al   de   la   palabra  al-hamd  es   lam-ul   yins   (artículo  que   expresa generalidad y  no  necesariamente la  determinación),  y  no  sería  remoto que  su sentido fuera  que el género  alabanza en su totalidad es exclusivo de Dios, Exaltado Sea, ya que  todos  lo calificativos de perfección retornan a Él, al ser su causante y objetivo,  como se verifica  en Su Entidad, y al ser el existente auténtico[4], como lo definen los  místicos,   y  al  desprenderse  la  consolidación de  un  atributo de  la materialización de su objeto de atribución. Es por eso que ellos ven que todo  poder está contenido en el Poder  por esencia,  que todo  conocimiento está contenido en el Conocimiento por esencia,  y asimismo ocurre  con todo atributo de perfección.  

Entonces, todas  las alabanzas retornan a Él, Exaltado Sea, y es por  ello que  es el Nombre de Dios (Al•lah) y no alguno de Sus atributos el que es mencionado como sujeto  de  la alabanza, y ello es a causa  de  que  (Su nombre) señala  claramente la totalidad de  los  atributos de  belleza  y majestuosidad, así  como  el señorío  sobre toda  clase de cosas.  Cualquier otro  nombre indicaría un  sólo atributo y el señorío sobre   una   sola  clase  de  cosas.   Luego,   desde  que   la  alabanza  es  una   acción voluntaria y  eventual, debe  necesariamente tener  cuatro   causas,   algunas de  las cuales son indicadas por inferencia:

Una  de  ellas  es  el  sujeto:   que   aquí   es  el  que   realiza   la  alabanza,  el  cual  se sobrentiende por inferencia.

La segunda es el receptor: que  es la lengua según la primera definición de hamd, las  tres   cosas   que   abarca[5]   según  el  segundo  significado, y  todas   las  cosas existentes según el tercer significado.

La tercera  es la forma:  que  es la expresión mediante la cual el que  alaba  realiza  la alabanza y la manifiesta como uno  de los atributos de perfección y los calificativos de majestuosidad, siempre para  cada alabado según su propio estado y perfección. La cuarta es el objetivo: que es sobre el que recae la alabanza, y es precisamente a él que se refieren sus palabras que dicen:

El alabado por  sus  gracias,  Pero  cuando se establece  en las ciencias  intelectuales que: la causa  que a la vez es objetivo  tiene una existencia en la mente  y es mediante ella que se convirtió en causa  para  el ejecutante en su ejecución,  ésta también tiene existencia en el exterior y es mediante ello que  es llamada objetivo.  El objetivo  es en realidad aquello que se adjunta al ejecutor  y culmina en él. La división clásica es que  el objetivo  puede encontrarse en  el mismo  ejecutor,  como  en  el caso  de  la alegría,  y otras  veces puede encontrarse en el receptor como en el caso de la forma de la casa en su materia. Otras  veces puede no estar  en ninguno de los dos,  como en  el caso  de  quien  realiza  una  acción  para  complacencia indirecta de  fulano,  a menos  que  se pretenda con  ello  la culminación del  movimiento y no  el objetivo real,  ya  que  el  que  construye una  edificación o  el  que  logra  la  satisfacción de fulano,  no  construye, ni logra  excepto  por  una  conveniencia que  vuelve  hacia  sí mismo.   Así,  las  dos  últimas divisiones vuelven hacia  la  primera, y  en  ésta  se apoyan.

Quien  alaba a Dios no lo hace sino por un objetivo  que vuelve  a su propia persona, que es el acercamiento a Él mediante la adoración, ya que no hay objetivo  superior, ni  perfección más  elevada para  un  siervo.  Es por  eso  que  la  misma precede al testimonio de la profecía  del  Profeta[6],  y porque no es factible  la adoración sino mediante el conocimiento de Él, de Su condición divina, de Sus sublimes atributos y Sus más bellos Nombres. Por eso dice:

El Adorado por  Su poder, La partícula li de li qudratih (por  su poder), es de ta‘lîl (para   indicar la  causa),   o  sea,  los  adoradores Le  adoran por  Su  condición de Poderoso sobre  las cosas, que hace de ellos lo que Le place. Por ello, Le adoran ya sea por temor  o ambición, o bien por engrandecimiento y exaltación.  

El Obedecido en  Su  imposición, Le obedecen las  criaturas y  lo  que  hay  en  las Tierras  y los Cielos,  como  dice  el Altísimo citando a éstos  dos:  «Dijeron:  hemos comparecido obedientemente» (Fussilat;  41: 11). Y al decir:  «A Dios se prosternan quienes están  en  los  Cielos  y en  la Tierra,  de  grado o por  fuerza, así  como  sus sombras al amanecer y al atardecer» (Ar-Ra‘d; 13: 15).

El Temido por  Su Majestad, el Anhelado por  lo que  tiene  ante  Sí, El temor  y el anhelo   son  necesarios en  quien   ostenta la  extrema grandeza  y  majestad, y  la ilimitada bondad y belleza.  Es más,  no  hay  majestad desprovista de  belleza,  ni belleza  desprovista de majestad. En cuanto al temor,  éste se encuentra en la belleza y proviene del  enamoramiento engendrado por  la belleza  divina, la subyugación del  intelecto ante  la misma,  y la estupefacción de  éste  ante  aquella. En cuanto al anhelo,  éste  se encuentra en la majestad y proviene de la benevolencia contenida en la hegemonía divina, como cuando dice, Elevado Sea: «Y en el talión  tenéis  vida

¡oh gente  que  razona!»  (Al-Baqarah; 2: 179). Dice Amir  Al-Mu’minin ‘Alî -con  él sea la Paz-,  según se narra de él: “Glorificado sea quien  expande Su misericordia sobre  Sus  siervos  consagrados mientras éstos  se encuentran en  la dureza de  su calamidad, e intensifica las  calamidades sobre  sus  contumaces mientras éstos  se encuentran en la amplitud de Su misericordia”. Y es de aquí  que  se comprende el dicho  del  Profeta  (BP) que  dice:  “Temí  al Paraíso  por  las  calamidades y temí  al Fuego por los placeres”. Cuya  orden se hace efectiva  para  toda  Su creación.

Con  ello  se  quiere   significar la  orden (sobre  los  elementos) en  el  mundo de  la existencia y  no  en  el  de  la  legislación,  ya  que  Dios,  Exaltado Sea,  posee   dos órdenes: Una  orden existencial que  es originada sin  intermediario alguno, y una orden  legislativa que   se  realiza   por   intermedio  de   los  Libros   divinos  y  los Mensajeros -con ellos sea la Paz-. La primera es efectiva  sobre  toda  la Creación, la cual no puede sino obedecer. Como dice el Altísimo: «Ciertamente que Su orden es tal  que   cuando  quiere   algo,  dice  solamente:  “Sé”,  y  es»  (Iâ  Sîn;  36:  82).  La (evidenciación  de)  la  segunda  es  particular  de  az-zaqalain  (esto   es  aquí,   los hombres y los genios),  entre  quienes están los que obedecen y los que no lo hacen. Es Elevado Por sobre todos  los niveles. Y se dispone en una situación elevada. O sea, se desentiende de los atributos de las criaturas. Se ha aproximado y mantenido sublime.

En cuanto a Su acercamiento, es considerando que es el más cercano  a las cosas que cualquier otra  cosa, ya que  no hay  partícula de la existencia que  no esté abarcada por la luz de las luces y sometida por ella. En cuanto a Su condición de Sublime,  es considerando  que   está   por   encima   de   los  atributos  de   las  creaciones  y  las características de los fenómenos. Es el Elevadísimo en Su cercanía,  y el Cercano  en su infinita  elevación. Está más allá de cualquier observación. O sea, que no le alcanza  la mirada de los observantes, ni le vislumbran las vías del razonamiento. En Su condición de Primero no tiene comienzo, ni linde  en Su condición eterna sin principio.

Esto es a causa  de estar  fuera  de los límites  del tiempo y la temporalidad, así como se encuentra fuera  de los límites  del lugar  y el espacio.  Desde  que no está limitado por  la espacialidad, su relación  a cualquier lugar  es una  sola, y desde que  no está limitado por la temporalidad su relación  a cualquier tiempo es una.  Es por ello que para  Él es igual  el comienzo como  el final,  y la eternidad sin  principio como  la eternidad sin  final.  En  relación   al  tiempo, Su  eternidad sin  principio está  a  un mismo  nivel  que  Su eternidad sin  final.  Asimismo, según el espacio,  Su infinita elevación es idéntica a Su cercanía.  De esa  forma  «Es el Primero y el Último,  el Manifiesto y el Oculto»  (Al-Hadîd 57: 3).

Es el Sustentador antes  de (la existencia de) las cosas,  y el Permanente en el cual (esas cosas) se sustentan, O sea, que Dios Exaltado Sea, se constituye y sustenta por Sí mismo  y no  por  otro,  ya  que  es la “Existencia Necesaria”. Si Su existencia se sustentara en  otro,  sería  un  ser  contingente necesitado de  esa  otra  cosa  y  eso implicaría también un círculo vicioso.

Tal  atributo es  calificado  como  “antes  de  las  cosas”  por  la  necesidad que  éstas tienen  de  Él, ya  sea  directa o indirectamente, puesto que  son  contingentes y su cadena de causalidad termina en Él, Elevado Sea, para  evitar  el círculo  vicioso o la cadena infinita  (de causas  y efectos).

Esta “anterioridad” es esencial  a causa  de no estar  sujeta  al tiempo, por  lo que  es “el Permanente en el cual se sustentan las criaturas”, y es “el que se sustenta en Sí mismo  y sustenta a lo demás”. Este es el significado de al-Qaiiûm (el sustentador). El  Dominador a  Quien   no  le  agobia   la  custodia de  los  Cielos  y  la  Tierra,  La îa’ûduhu (no le agobia),  es decir no Le pesa ni Le desborda la custodia de las cosas. El verbo  es: auadahu (lo agobió) ia’uduhu (le agobia)[7],  y se usa para  expresar que le  pesa   y  le  hace   esforzarse.  Se  dice   auadta-l-‘uda audan  (torciste   la  vara arqueándola), cuando te apoyas en ella hasta  que la flexionas.

La alusión aquí  a Su atributo de Dominador, es una  indicación de que no se cansa, ni le fatiga  la custodia de  las cosas,  puesto que  Su originación (de  las mismas) y continuidad, es sobre  la base  de  la asistencia y la generosidad, y no en base  a la reacción  y la procura de perfeccionamiento, como es el caso de cualquier otro  que realiza  una  acción. Así es, fuera  de Él, no hay nadie  que no realice las acciones  sino por  un  propósito externo  a su  entidad, y  con  cuya  realización procura para  su perfeccionamiento un  objetivo  que  vuelve  a sí mismo  y con el cual  reacciona. La reacción  implica  el agobio,  la extenuación y el desplazamiento de un estado a otro. Es el Poderosísimo, Quien  con Su Majestad se ha singularizado en Su reino,  y con cuyo poder se ha distinguido en Su omnipotencia.

Al-malakût (reino)  viene  de  milk  (posesión o propiedad), y  tiene  el sentido de “jefatura”,  así   como   mulk   que   también  tiene   el  sentido  de   “dominio”. La utilización del término es particular del reino de lo oculto,  y se le contrapone mulk, que es el reino aparente.

En cuanto a (la palabra) yabarût (omnipotencia) sigue  así  también (al igual  que malakût) el modelo (gramatical) de  fa‘alût  (aplicado) en  la raíz  yabr  (coacción). Dios, Glorificado Sea, es yabbâr (Omnipotente) porque compensa las carencias de los  contingentes al otorgarles de  Su gracia,  y reviste  a los  elementos de  formas compuestas y compensa sus carencias. La aplicación (de este término) se restringe al mundo de la divinidad. Se dice que: el yabarût está por encima  del malakût, así como el malakût está por encima  del mulk.  El significado de esto es que la potestad sobre   las  cosas  Le  es  privativa, tanto   la  aparente como  la  oculta,   ya  que  “el dominio” representa en realidad la autosuficiencia absoluta. Él es Aquel  de quien precisan todas  las cosas. Es Quien  posee  la esencia  de todas  las cosas, ya que todas ellas surgieron, o bien de Él, o bien de lo que ha surgido de Él. Así, cualquier cosa fuera de Él Le pertenece, y sólo posee  insuficiencia.

Mediante Su prudencia ha manifestado Sus pruebas a Su creación.

El hakîm  es el que crea las cosas sobre la base de la prudencia. El ihkâm  (ejecución exacta)  consiste  en la consolidación del planeamiento y la buena representación y evaluación. El hakîm   es  también el  que  no  realiza   lo  improcedente, ni  deja  de realizar lo obligatorio, y el que  dispone las cosas  en el lugar  que  les corresponde. Hakîm es también el sabio,  al derivarse de  hukm que  incluye  el significado de confirmación, o  al  derivarse de  hikmah, término que  incluye   el  significado de sabiduría. Es  precisamente a  esa  acepción (de  hikmah) a  la  que  se  refieren las palabras del  Altísimo que  dicen:  «Otorga la hikmah (sabiduría) a quien  le place» (Al-Baqarah 2: 269).

Se transmitió de Ibn ‘Abbas: “Hakîm es aquel  que ha perfeccionado su sapiencia y el ‘alîm es aquel  que se ha perfeccionado en su conocimiento”.

Huyay (pruebas) es el plural de huyyah (prueba) y etimológicamente tiene  varias acepciones, la primera de las cuales  tiene  el significado de “objetivo” o “destino”. Es considerando esta  acepción que  se emplea mahayyah para  denominar la ruta del  camino.  Luego  este  sentido fue generalizado para  considerar como  destino la Ka‘bah en las ceremonias de la peregrinación. Huyyah también tiene  el sentido de “victoria”. Así, hayyahu significa  “le venció”,  y el mahyûy es “el vencido”. Luego el término fue  utilizado con  el sentido de  “argumento”, ya que  mediante ello se consigue la victoria sobre  el antagonista. Como  dicen  las  palabras del  Altísimo:

«No has reparado en aquel  que  argüía (hayya)  contra  Abraham...» (Al-Baqarah; 2:

258). También: «Tal fue  el argumento que  proporcionamos a Abraham contra  su pueblo. Nosotros elevamos sobre  los niveles  a quien  nos place»  (Al-An‘am;  6: 83). Luego  fue  utilizado el término con  el sentido de  Mensajero o Imam,  ya  sea  por generalización, como cuando decimos en árabe  “Fulano es justicia”  (por  decir  que es justo), o bien porque en sus naturalezas son indicadores de la Verdad, y es por ello  que  son  “pruebas” (huyay) sobre  la Creación. Por  ello  el significado es: Su sapiencia, Elevado Sea, concluyó la evidenciación de pruebas sobre las criaturas, lo que  se materializó con el envío  de  los profetas y la designación de  sus  sucesores para  perfeccionar a Su creación  y completar Sus gracias.  Si no hubiera sido  así, el sistema no  se  hubiera arraigado y  hubiera imperado  el  caos,  la  confusión, la ignominia y la ruina,  como se explica en su lugar  correspondiente.

Ideó  las cosas produciéndolas y las innovó originándolas. Ello mediante Su poder y sapiencia, y no  a partir de  otra  cosa,  lo que  hubiera anulado la (condición de) idea  (original), ni  a  partir de  causa  alguna, lo  que  hubiera hecho  incorrecta la (condición de) generación.

Ijtirâ‘ (idear)  e ibtidâ  ‘ (innovar) son vocablos  que se acercan  en su significado, que es el de producir una  cosa sin que sea a partir de otra cosa, ni de un modelo. Entre los nombres del Altísimo están:  Al-Badî‘, que  sigue  el modelo de fa‘îl que  tiene  el sentido de participio activo, como alîm que tiene el sentido de mu’lim  (doliente). A veces badî‘ viene con el significado del participio pasivo.

El badî‘  es el que  es primero en su  género. De ahí  las palabras del  Altísimo que dicen: «Di: no soy un innovador (bid‘an)  entre  los Enviados...» (Al-Ahqâf;  46: 9). O sea, “no soy el primero enviado”.

El sentido de ello es que  Dios, Elevado Sea, originó las cosas con Su sólo poder, y no a partir de una  materia previa, y lo hizo por Su pura sapiencia y no en procura de un fin (para  Sí mismo).  Esto es así ya que si las hubiera originado por medio  de una  materia o elemento de  base,  para  su  acción  hubiera necesitado de  esa  otra causa  promotora de  esa  base,  por  lo que  no  hubiera sido  un  mujtari‘  (ideador) perfecto en su obra. Si las hubiera originado impulsado por un fin u objetivo  ajeno a Su esencia,  sería  imperfecto en Su accionar y no sería  un  mubtadi‘ (innovador), ya que el objetivo  o causa  final es lo que hace que el ejecutante se movilice  para  ser tal. De esa forma,  el primero de los términos hace referencia a la ausencia de una causa  material para  Su acción,  mientras que  el segundo señala  la inexistencia de una causa final (u objetivo  que retorne a Su esencia). Crea lo que quiere  y como le place.

Luego de excluir de Su acción el objetivo,  puede llegar a suponerse que Él no actúa por  propia voluntad (irâdah), pero  ello se descarta por  el hecho  de  que:  hace  las cosas  como  lo desea,  por  lo que  ello se realiza  por  Su designio (mashîiah). O sea, por Su voluntad origina la Creación, pero  su designio, al igual  que Su poder, no es algo  exterior a Su esencia  de forma  que  otro  influyera en Su acción,  ya que  quien realiza  una  acción  por  una  voluntad exterior a su  propia esencia,  necesita  en  su poder y voluntad, de una  disimilitud que haga  prevalecer uno de los dos extremos “potenciales”  para   que   la  voluntad alcance   al  mismo,   y  para   que  su  esencia procure  su   complementación  mediante   esa   disimilitud  que   proporcione   la prioridad (a tal extremo). Si no es así, no llegará  a realizar su acción.

Todo  aquello que  para  su  perfeccionamiento necesita  de  otro,  es  esencialmente insuficiente, y  Dios  está  exento   de  cualquier  insuficiencia. Así  también, si  Su designio le fuera  exterior, ello implicaría en Su elevada esencia  los dos aspectos de “en   potencia”  y   “en   acto”,   y   las   dos   consideraciones  de   “contingente”  y “necesario”, por lo que ninguno (de los extremos) se verificaría.

Indicando esa inexistencia de (aspectos) exteriores (a Su Esencia), dice:  

Siendo  único  al realizar ello, (y lo hizo)  para  evidenciar Su sapiencia y la realidad de Su señorío.

O sea,  creó  lo que  quiso,  realizándolo en  su  condición de  unicidad en  esencia  y atributos, ya  que  no  creó  sino  para  evidenciar Su conocimiento del  sistema más perfecto, lo cual  representa la realidad de  su  divinidad y señorío,  y no  por  otro motivo, ni otra exigencia que le atrajera hacia la creación  y la originación.

No  le  determinan  los  intelectos,  ni  se  le  aproximan  las  imaginaciones,  ni  le perciben las miradas, La   percepción  (idrâk)    se   divide  en   tres   partes:   puesto  que   consiste   en   la comparecencia de  algo  ante  el perceptor (mudrik), y eso  se da,  o bien  en  forma corporal, o en forma  incorpórea. La forma  incorpórea es a su vez, o bien incorpórea totalmente, o bien mantiene una  relación  con los cuerpos y se anexiona a ellos. En cuanto a la primera de ellas, es lo sensible  que se percibe  mediante los sentidos, de los  cuales  el más  fuerte  y  exponente es  la  vista.  En  cuanto a  la  segunda, es  el (razonamiento) lógico  (ma‘qûl)  que  se advierte mediante el intelecto.  La tercera forma  consiste  en lo conjeturado (mauhûm) que se desprende de la imaginación.

Lo que (el autor) se propone, es negar  que Dios, Elevado Sea, pueda ser percibido por  otro  además de  Él  mismo   de  alguna de  las  tres  formas  mencionadas.  El argumento  para   ello   es  el  siguiente:  todo   aquello  que   presenta  una   forma equivalente  a  su  realidad,  es  factible   de  estar   asociado  a  muchos  otros   (que también presenten esa característica), y Dios está  exento  de cualquier semejante o  asociado. Como dice el hadiz:  “Por cierto que Dios se ha ocultado de los intelectos, así como se ha ocultado de las miradas, y los ángeles  (al-mala’ul-a‘la) le requieren de la misma  manera en que vosotros lo hacéis”.  Además, lo percibido mediante los sentidos no está  exento  de circunscripción y magnitud. Es a ello que  se refiere  al decir: Ni le contiene magnitud alguna.

De esa manera señala  que Él está exento de la corporización y sus implicancias. Fuera  de (lo revelado por)  Él, las expresiones de los elocuentes son  inútiles (para denominarle), y fuera de la Suya, desfallecen las miradas de los contempladores.

O sea, fuera  de como  Él se ha descrito a Sí mismo,  las palabras de los elocuentes son  deficientes, y las  miradas de  los  observantes languidecen sin  poder llegar  a percibirle.

En Él se pierden (las diferentes configuraciones de) los adjetivos.

O sea, al calificarle,  los adjetivos y atributos de  los calificadores se pierden en el procedimiento de  adjetivación y los diversos modos de  sus  expresiones; o sea,  a pesar  de que  intentaron describirle, Elevado Sea, con las más  sublimes formas de entre  los atributos de perfección que atisbaban, y los conceptos de los calificativos de  belleza  más  elevados que  concluían en  sus  intelectos, cuando dirigieron sus miradas hacia Él y se les elucidó la cuestión a Su respecto, se les hizo evidente que todo  ello se encontraba por debajo  de la atribución (congruente con) Su majestad y reverencia, y de Sus calificativos de Su belleza  y glorificación.

No  le describieron como  realmente es, ni le calificaron como  Se merece,  sino  que todo  ello retornaba a la atribución que  realizaron (tomando como  referente) a sus propios símiles  y equivalentes de entre  los entes  contingentes. Es esto  lo que  nos señala  el  conocido hadiz del  Imam  Al-Bâqir  (P) que  dice:  “Todo  lo  que  habéis concebido mediante vuestra imaginación, aun  en sus significados más precisos, no es más que algo creado, al igual  que vosotros mismos...” Ese es el sentido de lo que nos  llega  en  las  súplicas del  Imam  Zain  Al-‘Abidîn (P) cuando dice:  “En  Ti se pierden los adjetivos y fuera  de Tus propios calificativos se anulan los demás (que pretenden describirte)”.

Se ha ocultado sin necesidad de velos que le oculten, y se ha encubierto sin cortinas que  le cubran, O sea,  el que  se encuentre encubierto respecto a las miradas y la observación, y oculto  con  relación  a los  intelectos y la apreciación, no  es por  el hecho  que sea (una  particularidad Suya el estar)  en Sí mismo  oculto,  puesto que Él es  la  más  evidente de  las  entidades y  lo  más  manifiesto entre   lo  existente; ni tampoco por  el hecho  de  que  exista  un  impedimento que  le oculte  y encubra, ya que  entre  Él y Su creación  no hay  más  velo que  la insuficiencia de las naturalezas (implícitas en  ella)  y  el  defecto  de  las  percepciones y  los  intelectos. Incluso  Su mayor  manifestación  es   causa    de   su   ocultación,  y   la   culminación  de   su evidenciación origina su encubrimiento. Está oculto  en Su condición de manifiesto, expuesto en Su condición de encubierto, y escondido en Su condición de conocido.

En  cuanto a  la  expresión hiyâb   mahyûb: la  palabra hiyâb  está  brindando una          rección gramatical (idâfah) (a la palabra que le sigue) por lo que tiene el significado de “velos  que ocultan” y no “velos  ocultos”, como sería el caso si es que la palabra mahyûb actuara como  un  mero  adjetivo. Lo mismo  ocurre con  la expresión satr mastûr (cortinas que cubren). Es conocido sin (necesidad de) cavilación.

Se ha establecido en las ciencias  intelectuales que todo  aquello que no tenga  causa, ni  partes (que  lo compongan) no  puede ser  conocido mediante el razonamiento argumentativo, por lo que:

O bien permanecerá ignorado absolutamente, sin que  haya  esperanzas de que  sea conocido.

O  bien  (su  existencia) será  argumentada a  través   de  sus  efectos  y  accionar.   El conocimiento obtenido por  esta forma  será incompleto y no contendrá detalles de lo que  se ha llegado a conocer,  incluso,  en una  aspecto  general, será común a otro (obtenido  de  una   forma)   diferente,  ya  que   la  huella   y  el  efecto  implican  (la existencia de) una causa y un origen  sólo en forma  genérica.

O  bien  será  conocido mediante la  contemplación presencial (al-mushâhadah  al- hudurîiah), y no a través  de una  forma  (factible de ser) complementada, como es el caso de los místicos  consumados, como sucede con los profetas y próximos a Dios, que  la Paz  sea  sobre  nuestro Profeta,  sobre  su  familia,  y sobre  ellos,  cuando se liberan de  este  mundo físico.  Aun  así,  (ese  conocimiento) no  es de  una  manera íntegra y substancial, puesto que, como ya se explicó, ello es imposible, sino que es de una manera general y fragmentada.  

En algunos manuscritos viene  la palabra ru’iah  (observación), en lugar  de rauîiah (cavilación y reflexión),  queriendo en forma  evidente significar la negación de que se le pueda observar.

 

 

 

Notas:

[1] Frase que  utilizan los sabios  en árabe  cuando desean referirse a sí mismos con modestia.

[2] Conocido actualmente como Molla Sadra.

[3] Tendencia de  la escuela  sunnita que  se aferra  solo  a lo aparente y literal  del Corán  y los hadices.

[4]  Siendo   que  todo   lo  demás no  tiene  existencia en  realidad, sino  una   mera vinculación con Su Hacedor.

[5] La lengua, los pilares  y el corazón.

[6] En la shahâdah o testimonio donde se dice: Testimonio que  no hay  divinidad sino Dios, y testimonio que Muhammad es su Profeta  y Mensajero.

[7] En árabe,  para  conocer  la conjugación de  los verbos  trilíteros simples se debe dar la forma  en pasado más su correspondiente forma  en presente.

 

Fuente: Centro de Cultura y Beneficencia Islámica de Chile